viernes, 13 de noviembre de 2009

Reencuentro - primera parte


Conducía mi coche por las calles vacías de Detroit. La lluvia, la pobre iluminación de las farolas y el vapor de la luna generado por la diferencia de temperatura en el interior y el exterior del vehículo no me dejaban ver muy bien por donde andaba. Probablemente dejara huérfanos a unos pocos gatos callejeros aquella noche. Había quedado en encontrarme con aquella mujer en una pequeña cafetería de las afueras, en la avenida Warren.
En mi anuncio quedaba bastante claro mi horario. De ocho de la mañana a cinco de la tarde admito trabajos. Normalmente no aceptaría ninguna reunión fuera de ese horario, y menos fuera de mi despacho. Pero para que negarlo. Me dejé llevar por la dulzura de la voz del otro lado del teléfono. Me recordaba ligeramente a la de alguien que conocí hace ya mucho tiempo. En fin, una mala influencia.
Debería haberme dejado guiar por mi instinto. Una vez oí que si persigues aquello que te recuerda a algo que acabó en tragedia, acabará en tragedia.

Aparqué frente a la cafetería. Parecía que la lluvia había relajado su fuerza. Aun así me puse mi sombrero, me gusta estar presentable frente a la clientela. Son sorprendentes los prejuicios que tiene la gente contra el pelo despeinado. Al salir del coche el frío nocturno se coló por mi nariz y llegó hasta mis huesos, haciéndome derramar una lágrima por el camino.

Entré en el local. Desde la puerta, antes de cerrarla, eché un vistazo general a la habitación. Un par de hombres solitarios, probablemente obreros, tres parejas y un policía se encontraban allí. Mujer embarazada, rubia, chaqueta negra, blusa blanca, carmín morado, y una pamela decía la descripción de mi cuaderno. Tan solo una mujer estaba sentada sola. Y a mi me parecía más bien castaña. Pero me atreví a acercarme.
-¿Samanta?
Ella levantó la cara desvelando la mirada que se ocultaba tras su sombrero. Sin duda su rostro no tenía nada que envidar a su voz.
- ¿Señor Goodman?
- ¿Cuál es el problema? –dije mientras me sentaba.
- Verá señor Joseph. ¿Puedo llamarle Joseph?
- Señorita, le agradecería que no lo hiciera.
-¡Oh! Perdone el atrevimiento.
- No se ofenda. Me gusta premiar a mis amigos permitiéndoles llamarme por mi nombre de pila. Si se lo permitiese a usted, sería un poco desconsiderado para con ellos, ¿no cree?
La camarera se acercó a nuestra mesa.
- Café, por favor. Y tráigame el azucarero. ¿La señorita tomará algo?
- No gracias. Señor Goodman, el motivo de mí llamada… Se trata de mi marido. Últimamente pasa poco tiempo en casa, menos que de costumbre. Normalmente después del trabajo, siempre venía a cenar con la familia. Pero últimamente, se queda mucho tiempo en la oficina haciendo horas extras, y desaparece fines de semana enteros...
- Permítame que la interrumpa. ¿Me ha hecho venir aquí alegando que era urgente, y solo tiene la sospecha de que su marido la engaña?
- Verá, mañana después del trabajo va a abandonar la ciudad por motivos de trabajo, o eso dice él. Me enteré hoy y este es el único momento que he tenido para hablar con usted. Me gustaría que le vigilara.
La camarera trajo mi café. Saqué un cigarrillo y lo encendí.
- ¿Le importa que fume? Me gusta tomar café con un cigarrillo entre los dedos.
- Estoy embarazada.
- No veo que eso tenga que ver con mi pregunta.
La mujer tardó en responder unos segundos. Aproveché ese tiempo para dar el primer sorbo al café.
- No, no me importa.
- Gracias –dije aspirando el delicioso humo del cigarro-. Samanta, mi anuncio dice bien claro que no acepto reuniones más allá de las cinco de la tarde.
- Entonces ¿por qué aceptó esta? –dijo violentamente.
Mi arrogancia parecía estar colmando su paciencia. La miré fijamente durante un momento.
- Los negocios son los negocios –respondí.
En realidad era un buen dinero. No tendría que usar mi pistola en aquel caso y podría cobrarlo doble por ser en fin de semana.
- ¿Lo hará o no lo hará? –preguntó Samanta.
- Lo haré. Pero le cobraré a usted el transporte necesario. ¿Sabe si usará el tren? ¿Sabe a dónde va?
- Irá en coche y no, no se dónde va. Mire usted, ésta es la dirección de su oficina. Termina de trabajar a las cinco y media –cogió una servilleta y garabateó las señas de un edificio.

Continuará...

1 comentario:

  1. yo le habría dicho k no me importa k fume, pero en la puta calle. Total puestos a responder gilipolleces... Oye fijo que el marido es un hombre lobo y no puede por más que quiere ocultarselo a su familia d otra manera.

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