domingo, 31 de enero de 2010

Reencuentro - cuarta parte



Vivía en el piso de arriba de mi oficina, al que tenía que acceder a través de ella. Cuando llegué deslicé la llave con suavidad por la ranura intentando no despertar a Eddie. Eddie era mi flaco y desgarbado ayudante. Cuando trabajaba para la policía tuve que investigar un caso del que aparentemente era culpable. Yo descubrí que no era así. Pero lamentablemente la corrupción y la vagueza de los que dictan las leyes decidieron hacer caso omiso de mis pruebas y cebarse con el pobre chico. Después de pasar un año en prisión sus padres se habían largado quién sabe dónde y él no tenía donde caerse muerto. Yo me ocupé de Eddie poco después de abandonar el cuerpo, cuando lo encontré rebuscando en un cubo de basura frente a mi casa. Le dí casa, si se le puede llamar así, trabajo, si es que esto es un trabajo y un sueldo que algunos llamarían propina. En fin, elevé su clase social hasta el nivel de la mía.
Avanzaba silenciosamente por el pasillo cuando me di cuenta de la luz que manaba de la ranura inferior de mi puerta. La oficina hubiera estado completamente a oscuras de no ser por la tenue iluminación de mi flexo bajo la que se encontraba Eddie, revolviendo los papeles de un viejo caso qué decidí cerrar sin haberle encontrado respuesta. Sus largos y huesudos dedos pasaban las hojas a toda velocidad, tratando de encontrar algo.
- ¿Qué haces Eddie? – El chico se sobresaltó al verme ya dentro de la habitación. Cerró el archivador al instante y tras un momento de silencio comenzó a inventarse excusas de una manera descarada.
- ¿Eh? Nada, Joe… solo echaba un vistazo a… - se rascó la nuca con la mirada perdida en sus zapatos- unos papeles viejos… - casi pude ver como se encendía su cabeza cuando creyó encontrar la mentira perfecta- ¡De mi caso! – gritó de repente dirigiendo rápidamente la mirada hacia mí- Quería saber qué demonios alegaron para echar por tierra tus declaraciones – ahora las palabras fluían rápidamente por su boca.
- Sabes que no quiero saber nada de ella ni de su maldito caso. ¿Por qué estás buscando en su archivo? – ¿Por qué entonces? ¿Qué le habría hecho volver a él precisamente ese día?
Eddie pareció decepcionado al ver que no me había tragado su mentira. Pero decidió darle otra oportunidad.
- ¿De qué hablas Joe? No es el caso de ninguna mujer – él sabía perfectamente de quién hablaba- Mi caso Joe, mi caso – digo gesticulando exageradamente, como burlándose de mi malentendido.
- Eddie, estoy viendo en la estantería el hueco donde debería estar su archivador. Tu caso está en la quinta balda de la tercera estantería, es aquel archivador de color burdeos – se lo señalé.
El chico se quedó paralizado sin saber qué decir. Titubeó durante un par de segundos hasta que al final dejó escapar un suspiro.
- Lo siento Joe. No era mi intención que te enteraras. Al menos no por ahora.
- ¿Al menos no por ahora? ¿A qué te refieres, tienes noticias? – en realidad no quería formular aquellas preguntas, pero mi lengua y mis labios parecían trabajar en contra de mi voluntad. De pronto nació un calor en mi pecho, venido de ninguna parte, que bajó hasta mi estómago cortándome la digestión de la cena. Colgué mi sombrero del perchero junto a la puerta y comencé a quitarme el abrigo.
La mirada de Eddie se perdió en la oscuridad de la habitación. Tomó aire con fuerza y comenzó a hurgarse las uñas unas con otras.
- Ella está en la ciudad Joe.
Me quedé mirándole fijamente, serio, con mi abrigo largo a medio quitar. Permanecí así durante un periodo de tiempo que incomodaría a cualquiera. Eddie me mantuvo la mirada, con el ceño fruncido por la preocupación. Terminé de quitarme la ropa y la colgué en el perchero, junto al sombrero. Sacudí las pocas gotas de lluvia que aun quedaban en ella.
- Mañana por la mañana saldré por un caso. Volveré el domingo. No te necesito. Dedícate a lo del señor Webber. Cobra el cheque y si tiene fondos, dile lo que sabemos.
Subí las escaleras con la esperanza de poder dormir un poco antes de ir a perseguir al señor Pearson. No lo conseguí.

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